La permanencia de la memoria: Una defensa atemporal del libro impreso
No soy lector, más bien, soy un mal lector, de esos que leen a veces poco y a veces mal, sin embargo, tengo una ferviente admiración, respeto y gusto por los libros, y en este texto voy a contarles por qué prefiero los libros impresos frente a los libros digitales, y como esta preferencia está profundamente arraigada en una serie de factores tanto sensoriales como prácticos y culturales.
En primer lugar, aunque sea un argumento repetido y trillado, he de decir que, me gusta el contacto físico con el libro, el olor del papel, el sonido de las páginas al pasar y la textura de la cubierta son aspectos que valoro mucho, al punto de que he llegado a soñar que compro y huelo libros, sé que para muchos, además de mí, los libros impresos evocan esa nostalgia y tradición que los vinculan a recuerdos de infancia y momentos significativos de sus vidas, esta relación emocional con el objeto físico va más allá de la mera lectura, convirtiéndose en un vínculo afectivo profundo con los libros.
También tengo argumentos menos sentimentales y más pragmáticos, como el de la perspectiva de salud, en este aspecto, puedo afirmar de primera mano que leer en dispositivos electrónicos causa fatiga visual, insomnio y otros problemas oculares debido a la exposición prolongada a la luz azul emitida por las pantallas, así, muchos lectores aparte de mi, encuentran más cómodo y menos cansado para la vista leer en papel, especialmente durante largos períodos.
La durabilidad y conservación de los libros impresos es también otro factor a considerar, mientras que los archivos digitales pueden perderse, corromperse, o simplemente desaparecer por una manipulación incorrecta, los libros impresos pueden durar décadas y siglos con cuidados relativamente sencillos, además, los libros impresos forman parte del patrimonio cultural y a menudo se conservan en bibliotecas y colecciones privadas, asegurando su permanencia física sin depender de baterías, actualizaciones de software, compatibilidad de formatos a lo largo del tiempo o complejas infraestructuras tecnológicas de soporte y distribución, en lo personal, esta ‘permanencia’ es la que más me gusta de todos los argumentos.
Otro de mis puntos es que la propiedad tangible de un libro impreso ofrece una sensación de posesión que los libros digitales no pueden igualar, con los libros digitales, a menudo se adquiere solo una licencia de uso, no la propiedad del libro en sí, además, es mucho más fácil prestar o compartir un libro físico a un amigo o regalarlo en ocasiones especiales sin temor a incumplir ninguna ley ;-), en este caso, la comunidad y la conexión social también juegan un papel importante en mi preferencia por los libros impresos, los clubes de lectura, por ejemplo, suelen girar en torno a libros físicos, donde los miembros intercambian copias y discuten en persona, las ferias del libro y otros eventos literarios, que son eventos culturales significativos en muchas ciudades, se centran casi exclusivamente en libros impresos, proporcionando oportunidades únicas de interacción con editores, autores y otros lectores, interacción presencial, que en mundo altamente conectado se agradece de sobremanera.
Finalmente, los libros impresos tienen un valor estético y decorativo que los formatos digitales no pueden replicar, una estantería llena de libros puede ser un elemento de orgullo y una forma de expresar los intereses y la personalidad de sus propietarios, las cubiertas de los libros, ilustraciones y ediciones especiales tienen un valor artístico que añade una dimensión adicional a la experiencia de poseer un libro, y que hace que el disfrute del objeto trascienda la lectura y se eleve a una contemplación casi renacentista de ese arte visual que envuelve al libro impreso.
Por todo esto, ¡larga vida al libro impreso!, como objeto de culto, comunidad, belleza y permanencia de la memoria, en una sociedad que cada vez se va alejando de esta visión ilustrada del mundo.
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